Hay algo para lo que no se necesita mucha gallina: ser gracioso. Cuatro perras (si llega), una habitación, una cámara y un tipejo con chispa son suficientes para sacar carcajadas al más pintado. Y eso lo consiguió Que vida más triste con creces.
La auténtica comedia de culto de nuestra generación (Muchachada siempre fue más mainstream y además copiaban a los Monthy Pyhton), que lo mismo tira de humor castizo (vasco para más datos), que de humor surrealista, absurdo, infantil, obvio, pero (casi) siempre acertado. Borja y Joseba hacen de sí mismos, correcto, pero es que tienen más guasa que Kiko Veneno.
Capítulos antológicos como Mi vida a lo facebook o Be kind Youtube, cameos cachondos (Nacho Vigalondo, Gorka Otxoa, Patricia Conde, etc), risas a tuti, expresiones a granel para usar en la vida cotidiana (ese toma, toma, toma; el pille loco), el mejor diseño de vestuario de la historia de la televisión (todas y cada una de las camisetas que luce Borja) e incontables detalles más convierten a Que vida más triste en aquella serie de la que hablaremos, con nostalgia, cuando seamos viejunos.
Larga vida al Borja y al Josebas, o lo que es lo mismo, el reflejo definitivo de la generación del Fifa vs. Pro.